Andrés Herrera


El ex-militar y ex-prisionero está de vuelta a la cárcel. Purgó parte de su pena. Recuerda en dónde: Bloque B, Piso 2, Celda B3, Cama 2; en el Centro de Reclusión Militar (CRM) de Puente Aranda en Bogotá. En el hospedaje para presos Andrés Herrera esperó a redimir una sentencia condenatoria de 33 años. Está de retorno a las rejas, su vuelta a los muros de reclusión es con su empresa y su marca San Patricio.

Dice que mantiene con la neurona prendida, como secuela de guerra. Duerme máximo tres horas en la noche, a veces una. Visita el sitio en donde estuvo detenido por la comisión de un delito que reconoce y cuenta en manera pública. Se reúne con compañeros y subalternos de armas que cumplen condena. Ahora es un empresario en bordados y confecciones. Quiere agregar trabajo remunerado a personas privadas de la libertad. Se alista a participar en el programa «Cárceles Productivas», que lidera el Senador Gustavo Moreno.

Con máquinas bordadoras se propone generar empleos a madres cabeza de hogar, y a personas en condición de discapacidad dentro de los recintos penitenciarios. En los centros carcelarios el ex militar recoge veladoras fragantes elaboradas por personas privadas de la libertad y las comercializa en sus puntos de venta.


El militar que fue...



Andrés Herrera siempre quiso ser militar y estar en las cúpulas.

Se presentó para ser admitido al Batallón Bolívar en Tunja: «No pasé, no sé la razón». Fíel a su inclinación insistió en su propósito. Se dirigió al Batallón Sucre en Chiquinquirá. Allí ingresó el 18 de abril de 2001 donde sabía que requerían hombres con urgencia. Se encaminó a la sede - como él lo esperaba - su incorporación fue inmediata. Al día siguiente lo enlistaron, permaneció seis meses recibiendo instrucción militar antes de ser remitido a La Belleza, Santander. En adelante, el joven bachiller fue tropa enviada a zonas de presencia de las FARC y organizaciones paramilitares. En terreno tenía el uniforme de camuflaje; sin embargo su mira fija estaba en hacer carrera como oficial. En la realidad, el soldado Andrés Herrera sólo disponía de un voluntarioso anhelo de ser coronel o general. Su aspiración contrastaba con la escacez económica en su casa.

El cuerpo de psiquiatras en Sanidad del Ejército de Colombia diagnosticó al teniente Andrés Herrera, con un cuadro de alteraciones en los patrones de descanso y Trastorno Estrés Postraumático Crónico Grave. Parte de su terapia la dedica a controlar la irritabilidad propia del insomnio. Una crisis completó cinco dias consecutivos sin dormir. Andrés se esfuerza en fomentar su concentración. Vuelca sus capacidades en el trabajo, en seguir las tareas creativas de su esposa. Su esfuerzo diario lo ha alejado de la idea de terminar con su vida.

En los desvelos baja desde el cuarto piso hasta la fábrica que está en el segundo piso. Da vista a los diseños de su esposa Nicolle, «ella es mi auge» -piensa-. Con admiración se detiene ante los bocetos que su cónyuge hizo para prendas de vestir de Colección Boyacá; los contempla mientras los niños, Andrés Fernando y Ailani, duermen. En penumbras, en la aceleración de sus pensamientos acerca de múltiples proyectos, revisa cabezales de bordadoras mientras.«No se le olvide que mi esposa Nicol es el motor de la empresa. La visión de este trabajo es de ella. Ideas y dibujos son de de su creatividad»- afirma Andrés Herrera -

Habla de buenos recuerdos de Martha Lucía, de Katia, y de Nicol; tres madres de sus cuatro hijos.

«Martha Lucia Zambrano, tiene un significado grandísimo, fue la madre de mi primer hijo: Le conocí cuando estuve en servicio en el Putumayo. Una vez supe que iba a quedar preso y conocí la condena que me esperaba, le dije con toda libertad que rehiciera su vida.

«Mi hijo Andrew es el fruto de la cárcel: Crecíó y vivió aquí». Lo dice mientras recorre el CRM, en donde estuvo detenido.

Tras abandonar el presidio rehízo su vida con el cupo de una tarjeta de crédito. Compró una máquina bordadora y otra de costura industrial con las que inauguró otros comienzos.


Los regates hacia la oportunidad


Andrés Herrera recuerda que después de diez meses de rogar, supo que su único chance de obtener un cupo dentro de una carrera de oficial era concursar para disputar una de tres becas disponibles. En el Club Militar de Oficiales de Villa de Leya, en donde fue asignado para mostrar como guía turístico a los generales el municipio colonial. En la sede social ingenió una maniobra para conseguir respaldos: Un simple formato de evaluación de su servicio lo aprovechó para recolectar apoyos. Su facilidad de expresión y la manera de contar los sitios históricos le valieron el puesto.

Recogió 150 recomendaciones que recibía a mano, en las que se encuestaba su servicio. Revive la forma en que se ponía firme y se atrevía a despedirse de los superiores que atendía:«Me presento ante el señor presidente de Colombia soy el soldado Herrera Moreno, respetuosamente me dirijo para decirle que solicito su recomendación para ingresar al curso de oficial». Recogía en su favor las firmas de varios generales y,según dice, del presidente Uribe Vélez de quien cuenta que dudó mucho en dar su firma, y que frente a petición tan inusual, le habría dicho: «Es que yo a Usted no lo conozco». De esa manera, el soldado convirtió su hoja de vida en un cartapacio voluminoso, que fue a la vez, una colección de autógrafos de prominentes jefes de división.

Su aspiración a ser oficial de la Fuerza Púbica fue su pasión y su obsesión. Para su sorpresa a la competencia por tres sitios en el curso de oficiales se presentaron 6500 aspirantes, entre militares y civiles. La mañana de los resultados su cuerpo se contrajo por la intensidad de una corriente: su mamá le dijo «mire bien, fíjese», el código de su hijo estaba en el periódico El Espectador en la tripleta de los escogidos. Su aspiración era concreta. Ingresó como cadete el 8 de enero de 2003.

Dentro de la Escuela José María Córdoba halló maneras de financiar los estudios que su familia no podía pagar. Rebuscó recursos. Encontró maneras de ganar dinero. Lustró botas a compañeros de curso, lavó y planchó pantalones de gala, vendió minutos en telefonía celular, vendía hamburguesas a otros alumnos de la Academia Militar.

A los tres meses de recibir la daga como cadete, tendría permiso para salir de la Escuela:«Teniamos que pensar en las "tres P"...a ver si me acuerdo...Plata, Preservativos, Pañuelo, Peinilla, Papeles»

A un compañero le ayudaba a hacer monografías, él a cambio le prestaba su computador. «A veces me sentía como si estuviera haciendo distintas carreras: la mía y la de otros estudiantes -recuerda- Ascendí el 1º de junio de 2006 al grado de subteniente estando en servicio en el Batallón Domingo Rico Díaz». Dijo para sí: «Por fin estoy en el camino para ser general de la República».


Algo reventó el piso...


Con el grado de teniente, cumplía siete años de carrera. Estaba al servicio en el Batallón Guajiros, en el municipio de Dabeiba, Antioquia. Era 5 de septiembre del año 2010 su rango estaba en el área del puerto de Mutatá: «Por prácticas de grupos armados al margen de la ley, pisé una mina antipersona con la pierna izquierda -afirma- tengo a raiz de esa explosión: afectaciones en la rótula, en el hueso calcáneo y esquirlas en los dedos de las dos manos». Las astillas de la trampa explosiva volaron hasta la cara del teniente. Unas esquirlas alcanzaron su anillo intraocular. La voladura lo obligaría a llevar un lente interno.

Las secuelas del ataque con el artefecto explosivo, dejaron en el teniente Andrés Herrera el 87% de disminución en su capacidad laboral según el acta 29 de agosto de 2011, suscrita por una junta médica que sentó conceptos de especialistas de fisiatría, ortopedia, oftalmología, y otorrinología. En su cuerpo hay rastros de 38 cirugías y la acción de continuos lavados quirúrgicos para controlar la osteomielitis crónica.

La mina no lo mutiló pero si devastó su bienestar emocional. «Mi proceso de psiquiatría llevó seis años de recuperación. Actualmente asisto a controles cada dos meses. He tenido recaídas, por eso tengo que tomar medicamentos».

Su recuperación del ataque armado avanzaba en un centro de sanidad en Medellín, cuando un proceso en Fiscalía 38 de Derechos Humanos determinó su privación de la libertad que lo llevaría a que el 28 de enero de 2010 ingresara como condenado en un centro de reclusión.


Arremetida de la contrasuerte



El 7 de diciembre de 2017 su carrera tendría un cambio rotundo. Se desempeñaba como subteniente en el Batallón Domingo Rico Diaz en operaciones especiales. Estaba al mando de una unidad de 18 hombres.

«Nos dirigiamos hacia El Remanso, Cauca, disponíamos de información de una persona de la FARC, que se ubicaba en vereda El Bombo». Iniciaron una infiltración, primero encontraron una casa desocupada.

El ex militar da su versión: «Posteriormente llegamos a otra casa: "Sí, el se encuentra aquí", dijo una señora que reconoció de inmediato ser la esposa de quien buscábamos. Teníamos la labor de inteligencia. La orden de acción militar. Nos asignaron un helicóptero.
En el área nos hicimos pasar por guerrilleros. Un compañero hablando como si fuera uno de ellos saludó a las tres de la madrugada: "Buenos días camarada". Todo coincidía: la identificación del objetivo, la descripción, los antecedentes. Lo capturamos en nombre del Ejército colombiano. Me quedé atrás. Un grupo de nuestro contingente siguió adelante con el individuo que sería puesto a disposición de un juez. La esposa lo acompañó. De súbito algo alarmante, los que estábamos en la parte posterior oimos disparos. Cuando corrí a donde estaban mis compañeros me encontré con que el capturado estaba muerto, matado por uno de los nuestros. Eso fue un problema muy serio, que llenó de angustia, de terror. Uno se paraliza, no sabe qué hacer. Son milisegundos. En esa tragedia el soldado también pudo matarme. En ese estado de perturbación respeté la vida de la esposa del occiso. Horas después tomamos la mala decisión de ocultar lo que en realidad sucedió».


Contraluces en la vida de un militar...


«Como lo reconocí ante la Justicia, dimos versión de un enfrentamiento. Cuadramos la escena de un combate ficticio. El soldado Narváez Araujo que realizó la lamentable acción se encontraba en una situación muy complicada porque la guerrilla le había matado a familiares»..

Continúa con su relato sobre el ambiente saturante que estaba viviendo en el área: «Era un enfrentamiento cada tres dias. El soldado y los demás, teníamos una carga psicológica muy grande»

«El mismo militar moriría un año después en una acción en combate. En esas cosas de la guerra me correspondió entregarle la bandera de Colombia a la mamá durante su funeral».Andrés Herrera dice con pesar.

El ex oficial, dentro de los principios de Verdad, Justicia y Reparación, admitió ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), el peso de la evidencia forense en su encubrimiento del homicidio agravado.


Aceptación de culpa.


«No disparé contra el señor, eso es cierto, pero callé lo sucedido; eso también es fraude procesal. Cuando en Cali por diferentes declaraciones todo se esclareció la Fiscalía 38 de los Derechos Humanos me llamó. Estaba sindicado de homicidio agravado. No tuve nada que hacer, no me excusé.
Éramos cuarenta los que debíamos ir presos. Entonces negocié. Asumí toda la responsabilidad incluida la de mis hombres. A fin de cuentas ellos estaban a mis órdenes, lo que pensé es que eran treinta familias que sufrirían sin ellos. Como consecuencia de los graves hechos comencé a pagar mi pena en la cárcel de Villa Hermosa, en la ciudad de Cali»
. Recibió sentencia condenatoria a 33 años de privación de la libertad.

«Preferí estar preso en honor a mi soldado Narváez Araujo.Las órdenes fueron detener, individualizar y legalizar la captura de quien estábamos seguros era un guerrillero. Había que estar preparado por si abría fuego. Pido perdón. No ordené quitarle la vida a aquella persona. Tampoco digo que era guerrillero, nunca me constó eso».


El héroe y sus esmaltes deslustrados.


Las cicatrices dorsales, la fractura en el metatarso del píe izquierdo por causa de mina antipersona pasaron a segundo plano. Su aura de teniente promisorio, las cortesías a esa víctima de explosivo se redujeron ante su responsabilidad penal. Se fijó la fecha en que se debía presentarse para que le abrieran las rejas y lo reseñaran en la Cárcel de Villa Hermosa en Cali. Contó los dias que le quedaban en la calle.

En semanas previas a su sometimiento penitenciario incrementó los flirteos en redes sociales y el envío de postales digitales dirigidas a Katia Rogers una norteamericana osada e indubitable. Ella le creyó, lo quiso y lo siguió. La convenció de visitarlo en Colombia. En la costa tendrían una semana de enamoramiento. El teniente calló esas malas noticias de condena y de presidio que se avecinaban. Andrés y Katia, entre latas con cerveza, en Santa Martha. El condenado guardó el acibar hasta último minuto.

Para despedirse de Katia, Andrés calculó cómo daría la noticia, midió los malos sorbos. En el colapso, Katia oyó de él y terminó de enterarse de lo que le esperaba. Ella respondió con plena lucidez superando la magnitud de su desconcierto: lo de ellos no era un amor transitorio; se dedicaría a él, lo acompañaría aún entre barras y picaportes de hierro.

A los quince dias de estar confinado en la cárcel civil vio una acometida: «Apuñalearon a un mayor para robarle una cadena de oro. Ese fue un motivo de seguridad para pedir el traslado a un penal militar».


Amor intramural una historia neonatal y trabajar para evitar su propia fuga


El cambio de penitenciaria lo puso en el Centro de Reclusión Militar en Puente Aranda en Bogotá. Fiel a su promesa, Katia, en una de las visitas conyugales, quedó encinta en 2012. La enamorada, fertilizada, dueña de fervor amante, ayudó al esposo a organizar una vitrina de artículos militares, dentro del penal, a la que llamaron «la boutique», con un surtido de ropa militar que ella traía desde Estados Unidos. Entre tanto, con el apoyo de Andrés, Katia estudió y obtuvo licencia como profesora de inglés en Colombia; mientras el marido, propenso a renovadas actividades, atendía ventas, trabajaba en carpintería, en restaurante, en panadería; estudiaba educación física militar, iba al aula de computadores a realizar cursos en linea con el SENA y hacía de vocero de los militares en tratamiento penitenciario ante autoridades carcelarias.

Andrés y Katia escribieron historia neonatal. De ellos nació un varón al que pusieron por nombre Andrew.-Suspira- « Tengo un hijo norteamericano, que vive en Estados Unidos y no tengo visa para ir a verlo... Tampoco quiero molestar a la Justicia..»

En cumplimiento de su pena que purgaba junto con 150 militares en el CRM en Bogotá, en paradoja, trabajó en la adecuación de la cárcel que era su propio confinamiento. Los reclusos mejoraban la construcción para abortar cualquier intento de fuga. Andrés Herrera aportó su mano de obra en el nuevo edificio en Puente Aranda que podría albergar a 500 prisioneros.«Hicimos gaviones, ayudamos a instalar mallas, cortamos hierros y soldamos barrotes».-Cuenta-

7 de septiembre de 2017: Andrés Herrera recuperó su libertad luego de someterse a la Jurisdicción Especial para la Paz. Cumplió con las 3/5 partes de su pena y surtió las etapas de permisos. «Fuí un buen recluso» lo dice cuando vuelve a la cárcel...esta vez libre. Habla de san Patricio, el santo de Irlanda, cuenta del sueño que tuvo con él y de los detalles que le dió para ir a ayudar a los cautivos...


Textos y Fotos: Noticias Colombia - Nelson Sánchez A - Contacto: redaccion@noticiascolombia.com.co





* Katia vive en Estados Unidos, con su hijo Andrew.

* Andrés Herrera ha querido expresar sus sentimientos de gratitud a las médicas: Coronel Alix Arévalo, y María Helena Salamanca quien lo ha apoyado durante más de cinco años en su terapia.

* Ha expresado: "A mi padre José Herrera Gonzáles, a mi madre Nubia Stella Moreno Cortés, a mi hermano Pedro Antonio Herrera; ellos fueron de gran ayuda en mi proceso de reclusión y de recuperación"!.

* "Agradezco a mi Ejército Nacional de Colombia por toda esa formación soy la persona que soy. ¡Gracias Colombia!"