En un árbol genealógico, hecho durante siglos y que ha pasado de mano en mano; Hsing Yuan Yu reconstruye su pasado familiar en los últimos siglos.
En Taiwán un primo hace las anotaciones de los hijos recién nacidos y escribe las profesiones de los padres. Los apuntes minuciosos están en un archivo centenario que forma parte de la herencia familiar. Su ascendencia se encuentra desde hojas antiguas hasta impresiones laser; «Sí. Mi familia se ve como una escalera grande. Cuando nació mi hijo, llamé al primo para que escribiera mi descendencia. Mi familiar es como un escribano que hace el trabajo de buena voluntad. No cobra, lo está pasando todo a un computador. El procedimiento es sencillo: nace alguien y se llama al que lleva la genealogía y él realiza con cuidado el apunte; «así sabemos de nuestros tatarabuelos y de ahí para atrás». Hsing Yuan nutre su presente sabiendo que en sus ancestros hay artesanos, sastres, artistas, y calígrafos.
Sobre un niño colombo-taiwanés... |
Este taiwanés llegó a Colombia como importador de útiles de cocina. Sus mercancias pronto ocuparon un nicho en el mercado colombiano. Con su naciente prosperidad hizo las ganancias suficientes y la seguridad para llamar a su novia, proponerle matrimonio, decirle que viniera a Bogotá y que, entre los dos, fundaran una familia.
Escribió en la linea de su tiempo. Cuando nació su heredero Kuan Yu, la historia familiar se abrió a ultramar: los taiwaneses tuvieron hijo bogotano. Hsing Yu permitió que su niño asimilara en el colegio la cultura de Colombia.
Cuenta que su familia es originaria de la isla de Taiwán, descendiente directa del pueblo Kuar, formado por antiguos pobladores. Hsing es el padre de Kuan Yu, su hijo único que nació en Bogotá. Ahora su retoño es estudiante con nacionalidad colombiana que estudia ingeniería en Taipeí. «Él tiene 22 años y habla mandarín pero tiene acento - Hsing se rie - sí... tiene acento... acento colombiano».
Ahora tras años de una serena aventura del comerciante vendedor de vajillas, ve cómo su Kuan, hace el viaje al contrario de su padre. Es un colombiano que ahora realiza su educación de nivel superior en Taiwán. Lo que es seguro, es que el muchacho le refrescará a su papá las cosas que él dejó cuando arribó al país suramericano en donde el aprendió a comer el ajiaco, el típico plato del altiplano cundiboyacence. Kuan Yu, el hijo de Hsin Yuan, es un joven en fusión por dos culturas, que con el tiempo, afirmará y decantará los valores de configuración de su manera de ser colombo-taiwanesa.
Llueve en Bogotá. Cae la tarde mientras mientras en Taiwán amanece y la tradición alista el Festival de la Limpieza de Tumbas. Es cuando se cumple la costumbre visitar a los difuntos. Es una fiesta en que se honra a los antepasados. Los campos en donde descansan sus mayores se renovarán con abundancia de flores. En recordación lustrarán las lápidas. En el cementerio alguien quemará un billete simbólico, o de bajo valor, como señal de fortuna que llegará al pariente fallecido. Es el día cuando la muerte adquiere sentido de fiesta y de recuerdos potentes. «Es todos los 5 de abril», dice Hsing Yuan Yu.
Hsing Yuan Yu, es un personaje apreciado por su comunidad en Colombia. Cada Año Nuevo, o en la Fiesta del Dragón, él actúa como anfitrión. Congrega en su salón de Casa China, a los paisanos que se integran en las celebraciones. Delicados, minuciosos, respetuosos, silenciosos, espirituosos, se dan a la alegría. Las viandas se comparten. El pollo acaramelado con trocitos de piña, las verduras con mani y picante. Los taiwaneses paladean el cilantro con jenjibre, degustan el cebollín y pimentón con que aderezan las carnes de res, los langostinos y los camarones. A la señal de Hsing Yu aparecen bolas de pollo y bolas de cerdo.
El migrante se ha dado a la tarea de dar a conocer su territorio nacional, «muchos no saben en dónde está Taiwán» -dice-. Con el propósito de difundir la diversidad de su país y fortalecer una asociación de intercambio ha integrado a varios de sus paisanos a fin de constituir la Cámara de Comercio Colombo-Taiwanesa.
Palabra empeñada, palabra cumplida... |
Confiesa que lo más díficil de acostumbrarse en este lado del mundo fue adaptarse a los negocios con los colombianos. «Cuando llegué con mis mercancias me decian: yo le pago tal día y eso no sucedía. Y después otra vez, y no veía mi dinero. En mi país es muy distinto. Damos la palabra, lo que se dice se cumple, no firmamos nada». Vuelve a sonreir y de esa manera pretende explicar la manera correcta de funcionar una sociedad.
Una prima suya, Amaria You, también taiwanesa, le cedió Casa China, el restaurante que en la actualidad cumple cuarenta años. Es un local amplio, decorado en sobriedad. Dentro de un salón con un comedor para ocho personas se encuentra una mesa dotada de vidrio giratorio. Con un movimiento de mano, los comensales tienen al alcance el surtido de menús. La mecánica de ese comedor, tiene un significado hondo: distribuir la comida para todos; una cortesía de autonomía, en que cada quien sirve lo quiera, en la cantidad que quiera. Es el tributo gastronómico en que todos tienen su oportunidad; es una física sutil de abundancia en delicias históricas.
El comedor circular y su plano móvil permite el curso de los platos. El rotondo de cristal transporta las salsas. Pasa el pan de harina de trigo cocido a vapor, pasa el plato con los trocitos panceta de cerdo, o la pega de arroz con mariscos; pasa la bandeja con los agridulces que Hsing Yuan ofrece reverente a sus invitados,
Exento de toda conmoción, habla de costumbres. «Me pregunta por las serpientes?, oh si, antes había una práctica mágica. En público les colgaban, les mataban. Luego desprendían la piel. Esa sangre que salía caliente la servían en una copa con alcohol, la mezclaban y se la tomaban con fines curativos. Mucha gente se hacía alededor a mirar». - Recuerda Kevin Yu -.
El migrante, su isla, su relato nacional... |
En Casa China habita la evocación cultural: en una pared se sostienen los sombreros de los agricultores - tejidos en palma - son prendas con que se cubren del sol mientras trabajan en los pantanos arroceros.
Dos jarrones, de estatura humana, son la obra de ceramistas chinos que ambientan un viaje de imaginación a tradiciones milenarias. Los clientes de Casa China aprecian los calendarios chinos; la serpiente, el dragón, el conejo, el toro... Es la atmósfera de misterios y de significados.
Hsing Yuang dice no pensar en la vejez ni en lo que va a hacer cuando llegue ese tiempo, suspira como si omitiera esa posiblidad.
Los leones de piedra lo saludan en la puerta de su negocio, sus pasos lo adentran en su restaurante con un aura imperial, como la recepción al heredero de una antigua dinastia.
Los felinos fueron realizados por escultores colombianos que reprodujeron con fidelidad una fotografía. Esas tallas son un referente en la Calle 109 con Carrera 15, el sector de máximo refinamiento en la capital colombiana.
La pobreza ausente en Taiwán |
Hsing Yuang explica las razones por las que la pobreza extrema está ausente en Taiwán «Hay muchas oganizaciones de solidaridad. Cuando se sabe de un caso se les llama, entonces van a donde se necesita apoyo, hablan con la persona y colaboran con ella. También los ciudadanos le avisan al gobierno que llega a ayudar».
Al caer la tarde como en muchas ocasiones, Hsing Yuang recibe noticias graves. Los estimados vecinos y hermanos de China continental han realizado una muestra de su poder colosal; han enfilado sus baterías aéreas y los portaaviones en amenazantes ejercicios para rodear la isla en donde vive la mayor parte de su familia. A él le llega el mensaje asustador, igual que a 23 millones de taiwaneses. La población vive con el presagio de ser rodeada por mar y aire. Cada taiwanés enfrenta el riesgo inenarrable que su geografía puede ser tomada y reducida por medios bélicos junto con todos sus ideales.
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