Andrés Felipe Sánchez a los 31 años, terminó en el patio 2B de la Cárcel Nacional Modelo acusado de concierto para delinquir. Su tragedia y la de su casa comenzó con su trabajo en una discoteca en donde , según relata, un video lo vinculó a un delito, hasta cuando fue capturado.
En un mundo rodeado por garitas está cambiando sus comportamientos. Es consciente de su condición de su expulsión de la sociedad. Una sanción, que para su fortuna y la de su familia, es temporal. En cada mañana en su patio de reclusión se obstina en hacer los méritos para ganar una segunda oportunidad en libertad. Andrés Felipe ha reconocido el daño que ha hecho a la sociedad con su conducta. Ha admitido que también ha convertido en víctima a su nucleo familiar.
Andrés Felipe se despierta en la celda. Es el lavandero del patio de la prisión. Se prepara para lavar ropa de otros internos. Obtiene $ 1000 por cada prenda por el aseo de cada prenda. En promedio puede ganar $ 40000 diarios y en un buen día $ 80000. Sus ganancias las transfiere semanalmente a su esposa para el sostenimiento de la casa y de sus hijos.
Durante el curso de graduación del curso de Justicia Restaurativa, de Perdón y Reconciliación. Con la Fraternidad Carcelaria miró cara a cara a la madre de sus hijos, también ante ella ha mostrado su remordimiento por sus errores. Cuando fue sentenciado a 49 meses de prisión; sus dos niños, Esteban y Cristopher habían cumplido dos y seis años. Su captura salió en los noticieros de televisión y su esposa se enteró de su triste celebridad. Los primeros meses, antes de su juzgamiento, estuvo recluido en una estación de policía. Cuenta que durante ocho meses aprendió a tejer con agujas de crochet y hacía mochilas que vendía para el sostenimiento de sus hijos.
En un auditorio en Cárcel Nacional Modelo y ante la observación conmocionada de treinta personas, se abrazó con su esposa. Es parte en la remisión de sus culpas cuando le espera un año y medio más dentro de los muros. Él como otras personas privadas de la libertad dan cara ante los colombianos.
Hace memoria. Se ve en su vida de rebusque. Cómo llegó a la zona rumbera, repasa su recorrido de trabajador informal; se ve como «jalador de clientes» a los que entraba en las discotecas. Se ve en las calles como «calibrador» diciendo a los conductores cuánto tiempo le llevaban los buses que iban adelante y entonces cada chofer le daba unas moneda por ese dato.
Por una segunda oportunidad |
Andrés Felipe se despierta en la celda. Se ha convertido en lavandero en prisión. Se prepara para lavar ropa de otros internos. Obtiene $ 1000 por cada prenda que lava. En promedio puede ganar $ 40000 diarios. Sus ganancias las transfiere semanalmente a su esposa para el sostenimiento de la casa y de sus hijos.
«Quiero estudiar», dice confiando en que podrá superar los tiempos rudos. Su realidad está detrás de las concertinas de acero puntiagudas y afiladas que coronan las paredes del penal.
Andrés Felipe Sánchez se ha fijado otro propósito. Su mayor ambición es que al final de cada jornada, después de exprimir y dejar camisas y pantalones extendidos de otros internos, quiere dedicarse dentro del penal a los libros y a estudiar Administración de Empresas. Ana Rodríguez no se extraña, «No me sorprende. Él siempre ha sido así un hombre trabajador».
En la celda duerme sobre una plancha de cemento. Desde allí organiza, el pago de la ruta de sus hijos escolares. El domingo, Ana su esposa, vendrá al penal y traerá a los hijos a Andrés para que compartan con él.
Su esposa dice: «Me ha tocado labores de papá y de mamá al mismo tiempo», comenta Ana. La relación de esta pareja se pondrá a prueba cuando él vuelva a las calles. Será el momento en que revalide la palabra empeñada en que no va reincidir. Podrá confirmar la seriedad de ese indulto que le ha rogado a la madre de sus hijos y que su cónyuge le ha concedido pensando en los niños. En el momento de la libertad de Andrés Felipe estará en juego la consistencia del amor entre ellos y la cruda expectativa alrededor de si podrán mantenerse juntos, más allá del tiempo entre rejas. Es lo que está por verse.
Durante el encuentro, Andrés aprovechó el momento. Contactó con el padre Oskar Alirio Beltrán director de la Fundación After Prison. Manifestó su aspiración de dedicarse a hacer el pregrado de una carrera profesional. La oportunidad la brinda un convenio suscrito entre Uniminuto, Inpec y Fundación After Prison, que ofrece becas para la personas privadas de la libertad que desean estudiar. De lograrlo, el programa hará una desmostración de cómo es posible la reducción de posibilidades destructivas.
Línea de tiempo de una tragedia |
En Viotá, municipalidad de Cundinamarca estaba creciendo con cinco hermanos. El día en que mataron a su padre su infancia se interrumpió. Con la secuela de violencia la madre de Andrés Felipe se vió obligada a salir del pueblo con los niños y encaminarse a Icononzo, Tolima, cuando este niño tenía seis años. Andrés llegó a Melgar a trabajar con pequeños oficios. Ese proceso de sucesivo desplazamiento lo trasladó a Bogotá. En la capital en una plaza de mercado, cargaba los paquetes de los clientes se los ponía en los platones de las camionetas, echaba bultos en sus hombros y cobraba $4000 por poner la carga en un carro. A los 14 años vendía dulces en el transporte colectivo de Soacha. Siempre daba muestras de su habilidad. Conseguía dinero. De moneda en moneda pagó sus pensiones de estudio y validó el bachillerato.
Ahora dentro de un penal inicia el dia dando gracias a Dios por estar vivo. Su resocialización se motiva en abrazar la libertad junto a su familia: «A las 5:30, me cepillo los dientes. Me ducho. Doy gacias a Dios. Alisto las prendas, y bajo a los lavaderos. A las dos o tres de la tarde subo otra vez. La ropa que está seca, la doblo y la entrego». A las 5:30, pm se reúne en la celda con otras personas privadas de la libertad a estudiar versículos bíblicos, es uno de los líderes espirituales. En su celda se reúne con otros internos, ha formado una célula de oración, en donde realizan estudios bíblicos.
Un lavado de conciencias... |
El dragoneante Antonio Morales es uno de los encargados de la movilización de los internos a los cursos de justicia restaurativa. El guardián de INPEC parte del control disciplinario. Se refiere a la tarea de Andrés Felipe Sánchez: «Cuando él está lavando su ropa, es también como si lavara su pasado».
A la pregunta de cómo hace un guardian para mantenerse íntegro dentro de un penal que está expuesto a diferentes modalidades de corrupción, él dragoneante afirma: «En mi caso no cambio la gloria de Dios por un plato de lentejas». Él también es la manifestación de una corriente cristiana que se mueve dentro de los penales.
Andrés Felipe calcula que en su patio, 2B, puede haber 500 internos: «Varios de ellos son mis clientes. Unos trabajan en la cocina, otros tienen negocios; venden cigarrillos, hacen empanadas que venden a otros internos, ellos me traen sus ropas para que yo las lave, ellos bendicen a mi familia, ellos me dan trabajo».
La cárcel le ha dejado una cátedra permanente: «Nos enseña a reflexionar, hemos tomado malas decisiones, pero trabajamos por una segunda oportunidad. Cada minuto sin mis hijos, sin mi esposa, son minutos que me han dolido, estoy seguro, agarrado de la mano de de Dios, y le doy gracias a a él por poder empezar de nuevo».
|